martes, 11 de enero de 2011

El león miedoso





Tengo en la estantería dos caracolas.

La más grande me susurra el sonido del mar en calma. La pequeña me cuenta historias.
Hoy le he pedido un cuento para ti y me ha dicho esto...

Hubo aquel año una gran sequía. El río apenas traía agua y los animales luchaban para saciar su sed.

El gran lago se había convertido en una pequeña charca. A la derecha los hipopótamos y a la izquierda los cocodrilos defendían su cada vez más pequeño territorio y no permitían acercarse a nadie a menos de diez metros.

En un claro del bosque se reunieron todos los animales.

¿qué podemos hacer? Dijo la tortuga. Hace días que no puedo preparar el biberón a los niños.

Nosotros tampoco podemos guisar, dijo la liebre.

Tu eres nuestro rey, dijo la hiena al león, tienes que hacer algo porque esto no puede seguir así.

Está bien, lo intentaré, le contestó.

Así que todos se dirigieron a la charca. Se pararon a una distancia prudencial y solo el león se adelantó unos pasos.

Señores, el agua es de todos. Debemos establecer turnos para beber. ¿a que hora les parece mejor que lo hagamos?

Pueden venir cuando quieran, dijo el cocodrilo. Estaremos esperando...

El león retrocedió unos pasos y dijo al resto de los animales: nada, que no quieren. No sé que vamos a hacer.

Podemos hacer una cesta. Nosotros, los animales con alas, nos acercaremos volando a la charca y la llenaremos de agua. Si hacemos esto tendremos suficiente para todos, dijo el buho.

Podemos cortar cañas y hacer un tubito gigante. De esta manera podremos aspirar toda el agua que queramos, dijo la liebre.

Si remontamos el río podemos hacer una presa. Así esos egoistas se quedarán sin nada y toda el agua será para nosotros, propuso la hiena.

Tomó la palabra el elefante. Conozco un sitio donde hay toda el agua que queramos. Está lejos, pero solo tenemos que llegar hasta allí y nuestros problemas estarán solucionados.

Está bien, haremos eso. Yo mientras intentaré convencer a esos indeseables de que
compartan lo que tienen.

Así que se dividieron en cuatro grupos. El buho, con el resto de animales con alas se pusieron a fabricar el cesto. La liebre, la gacela y las cebras se dedicaron a cortar la cañas y las unieron formando un tubo largo. La hiena, con los chacales subieron río arriba para construir la presa y los elefantes encabezaron la expedición hacia el lugar donde aseguraban que habia agua en abundancia.

Mientras tanto el león se acercó de nuevo a la charca. Señora hipopótamo ¿sería tan
amable de dejarme beber un poquito?

Está bién, contestó esta, pero no dejes que nadie más se acerque por aquí.

Aquella misma noche los animales con alas terminaron su cesto y decidieron probarlo inmediatamente. Se acercaron volando a la charca. Se situaron encima y poco a poco sumergieron la cesta en el agua para llenarla. En ese momento surgió un enorme cocodrilo con su fauces abiertas, mordió el cesto y dando vueltas sobre si mismo lo destrozó.

Al día siguiente, todos en fila, probaron con el gran tubo. Lo acercaron sigilosos al agua y justo en el momento en el que su extremo tocó la superficie, salió un hipopótamo y con sus patas se ocupó de destrozarlo, asegurándose de que nunca más pudiera servir para su fin.

Quizás la hiena consiga acabar la presa, pensó en alto la gacela.

Pasaron el día esperando, procurando no moverse demasiado, porque escaseaban las fuerzas.

Cuando vieron llegar a la hiena y los chacales con las orejas gachas se imaginaron que no habían tenido éxito.

¿Y bién? Dijo el león. La fuente se secó, contestaron.

Los últimos en llegar fueron los elefantes. El más viejo de ellos dijo: Nunca había visto nada igual. No hay agua en ninguna parte. La situación es desesperada.

El mono dijo: Tengo que confesaros algo. ¿veis esas palmeras que hay ahí? Pués dentro de los cocos hay agua y muy rica.

Comprobémoslo, acordaron todos muy contentos.

Así que el mono subió con agilidad a la palmera y cogiendo los cocos de uno en uno los lanzó, cuidando de no dar a nadie en la cabeza.

Aquella noche compartieron el agua de coco, incluso bailaron al ritmo del djembé.

Pero a los pocos días se habían acabado las existencias.

El tamaño de la charca se había reducido tanto que los cocodrilos y los hipopótamos luchaban intentando tener la exclusiva.

El resto de animales agonizaba a la sombra del gran baobab. Esto es el fin, dijo el león.

De repente una gotita golpeó al jabalí en la nariz, pero no dijo nada. Al ratito otra más le resbaló entre las orejas. Abrió la boca y esperó. Dos gotitas le mojaron la garganta. Fué entonces cuando gritó: ¡Venir todos!

¿Que pasa?

Llegaron las lluvias

¿Que dices?

Lo que oyes

Mentiroso

Es verdad

Miraron todos arriba.

Una nube negra y grande cubría el cielo. A lo lejos se escuchó un trueno y las cuatro gotas pronto se convirtieron en ocho y éstas en mil. No tardó mucho en llover a cántaros. Fué una gran tormenta que duró varios días.

Menos mal, dijo el león. Ahora las cosas volverán a ser como siempre...

Si... como siempre, le contestaron el resto de los animales...